¿De qué sirve la vida? (Algún utilitario lo preguntaría).
¿Por qué vivimos? (Algún existencialista lo preguntaría).
¿Para qué vivimos? (Algún capitalista lo preguntaría).
Pero lo que en verdad importa, a mi entender, la única pregunta que vale la pena entender, justificar y responder es ¿De qué no me quiero arrepentir?
Parto del hecho, del único hecho sensato, que la vida no tiene sentido, no hay propósito final, no está escrito en ningún lado que tengas que vivir de alguna forma.
El universo implotó al inicio de todo. Un cúmulo de nada se convirtió en un todo, pero no es que se haya creado la materia ex-machina. No, no. Seguimos siendo nada, somos el resultado de la nada y la nada no contiene algo. Aritméticamente seguimos siendo nada, algo siempre pone en balance otra cosa. La materia requiere antimateria; el peso requiere espacio; las acciones, tiempo.
Partimos de la nada y vamos al vacío. Partimos de nada y esa nada se convirtió en carbón y ese carbón formó células y esas células vida. Cada átomo de mi cuerpo se extinguirá, ¿Pero qué es la extinción o la muerte? Nada.
Piénsalo, piénsenlo. Mi madre me concibió, ejecutó en su útero un proceso biológico que comenzó a convertir energía y materia en células, creando piel, creando músculos, huesos, todo un cuerpo. Ese saco biológico de células requiere procesos que sustituyen esas células con otras para continuar unificadas en lo que llamamos cuerpo. Cuando morimos, sin embargo, esas células comienzan a “descomponerse” o convertirse en otras células que alimentan otros sistemas que, a su vez conforman otro cuerpo, otra cosa, otra conciencia. Y es un ciclo ad-infinitum.
Por ejemplo, el primer átomo del carbón que nació de la implosión inicial, probablemente formó parte de una roca, de una estrella, de una quásar, de una enana blanca, de un mamut, de un hielo, de un árbol, de un mamífero, de la tierra, de la nada. La materia requiere ciclos eternos. Y la humanidad, en esos ciclos eternos, no tiene ni tendrá peso alguno. No importa en el principio o en el final de la nada, la vida no tiene un peso, ni importa.
Pero entonces llegamos al punto medular de todo, del manifiesto y de mi vida. ¿De qué no me quiero arrepentir?
Es sencillo. La muerte no es la muerte. La muerte solo es el fin de un conjunto de procesos que mantienen lo que pueda definirse como “conciencia” en continua ejecución. Y eso es lo que importa. Vas a desaparecer, te convertirás en parte de otro proceso, y cada célula tuya formará parte de otra conciencia, de muchas conciencias. Y tu conciencia, tu espíritu, tu mente o como quieras llamarlo, desaparecerá en la faz de la nada, en la infinitud del universo. Vivirás otras vidas, formarás parte de otras estrellas, de otros universos, serás parte de incluso otras civilizaciones, pero tu conciencia, tu espíritu, el que ahora está leyendo, el que ahora está escribiendo esto, nunca volverá estar donde estás ahora. ¿Estás donde quieres estar? ¿Vas al camino que quieres caminar? ¿Te arrepentirás cuando el último átomo de oxígeno salga de tus pulmones y tu conciencia se apague para la eternidad?