Este espacio lo creé pensando en un laboratorio experimental para dejar una huella sobre mis pensamientos en inglés, un idioma que me ha costado tiempo y esfuerzo dominar. Pero creo que quiero hacer una excepción y dejar esto: otra huella un tanto diferente y un poco menos necesaria en el mar virtual de internet.
Parte 1: “La parte de Amalfitano”
Siempre he tenido miedo de vivir, pero me ha intrigado la vida. Tengo una especie de curiosidad sobre mis miedos y temores. De cierta forma, me veo reflejado en los monstruos que me persiguen. Desde una perspectiva evolutiva, tiene sentido, quiero suponer: entender lo desconocido puede ayudar a protegerte o huir. Pero quiero creer que hay algo más atractivo en entender tus miedos. A través de ellos, te puedes entender. Comprender tus miedos te socava y te expone de cierta forma. Si te enfrentas a los monstruos debajo de la cama, puedes perder; pero si los entiendes, puedes darte cuenta de que quizá no sean los monstruos lo que te da miedo, sino, tal vez, es la oscuridad.
Me propuse, entonces, la titánica tarea de reflexionar sobre mi vida y encontrar dónde había adquirido ese miedo. De cierta forma, he tratado de construir una vida sencilla que requiera responsabilidad, afecto y consistencia. Pero me he dado cuenta, cada vez más y más, que la vida consiste en tomar riesgos (a veces), aprender de esas decisiones (a veces), y esperar lo mejor (a veces). Y no me malentiendan: la responsabilidad, el afecto y la consistencia son artificios necesarios, pero secundarios a lo que realmente importa. Y lo único que importa (en mi opinión) es que no hay nada que importe. ¿Por qué me daba miedo la vida? Durante mucho tiempo me pregunté eso, buscando de forma sistémica y acaso científica respuestas formales. A veces, incluso, llegué a hipótesis sensatas, como que necesitaba ser “exitoso” o tener “mucho dinero” para dejar mi miedo atrás. Pero me descubrí: me mentía a la cara, vilmente.
Parte 2: “Si Kundera fuera mi psicólogo”
Cuando hablamos de miedos, hay una especie de peso negativo relacionado. Recuerdo cuando era pequeño y llegué a asustarme mucho; un agujero en el estómago viene a mi mente, y una dificultad al respirar puedo recordar. Si hablamos de miedos, siempre hay una especie de gravedad que nos quiere aplastar física y mentalmente. Y al reflexionar sobre eso, me di cuenta de algo: estaba diciéndome una mentira cuando me cuestionaba el porqué me daba miedo vivir. Realmente no me da miedo vivir. Realmente, reflexioné, me daba miedo fracasar viviendo. Algo completamente diferente. Porque, ¿quién sabe vivir? Quizá los muertos, quizá si pudiéramos vivir dos siglos. Pero no, nadie sabe vivir. Pero fracasar… ¡Oh, Dios! Todo el mundo le da miedo no ser alguien exitoso en la era de la hiper-realidad. Seamos francos: ¿quién no anhela convertirse en modelo a seguir?
Pero me detuve ahí. ¿Qué significaba realmente tener miedo al fracaso? ¿Qué es el fracaso? ¿Quiénes son los fracasados? ¿Dónde están los fracasados?
Hace 145 años, un hombre que conducía una carreta en algún pueblo de Europa se equivocó de camino y llevó a otra persona a otro lado completamente diferente. No me cabe la menor duda de que esto sucedió. 145 años después, nadie se acuerda de ese error, nadie se acuerda de ese hombre, nadie se acuerda de esa persona que llegó por error a otro lado. En 145 años en el futuro, nadie se acordará de los errores que cometí hoy. Y esa reflexión, acaso absurda, me hizo entender algo. Mis miedos son la suma de malas preguntas y monstruos equivocados. Este año me he dado cuenta de eso. Entre los riesgos que tomo y las situaciones que enfrento, me cuestiono mis miedos, acaso para entenderlos, acaso para desvelar los verdaderos miedos, acaso para luchar contra ellos.